lunes, 14 de noviembre de 2011

El desierto de Eggleston























William Eggleston me interesa en primer lugar porque fue pionero en romper unos cánones de belleza clásicos dentro de la fotografía moderna de los años 70, y en segundo lugar, porque el silencio que contiene su fotografía me conmueve y me transporta a un espacio en el que predomina el silencio y se convierte en algo sagrado, sublime.

Antes de hablar del autor, voy a comenzar por el origen del pensamiento que se relaciona directamente con su obra.

El interés por la ruina o lo que es lo mismo, la huella, la constancia de vida, comienza a partir del siglo XIV con la recuperación y el descubrimiento de testimonios escritos y a partir de ahí se investigan los restos arqueológicos. En la Edad Media estos asuntos no tenían la menor importancia pues las enfermedades, la religión y las guerras tapaban los ojos a la sociedad y no había interés por otro arte que no fuese lo sagrado.

Uno de los que más se dedicaron a estudiar y reproducir los monumentos romanos fue Giovanni Battista Piranesi arquitecto, investigador y grabador italiano. Realizó más de 2.000 grabados de edificios y estatuas.
Todo esto se relaciona con la obra de Eggleston pues ante una fotografía que se imponía sobretodo con los fotógrafos europeos cargada de belleza en el sentido más clásico, composición renacentista, momentos decisivos, regla de tercios, etc., aparece su obra, que choca frente a estas ideas, sobretodo cuando hace uso del color, pues su fotografía trataba de la nada, se trataba una captura de la realidad sin aparente interés en lo que se representa frente a imágenes que a pesar de tener un profundo sentido de la modernidad (sobretodo en la intención) también existía en ellas un gran condicionamiento de las reglas clásicas.

La gran aportación y el gran valor de este fotógrafo es el uso que hace del color, mientras que otros que se interesaban por temas similares usaban el blanco y negro.
Había por tanto un profundo sentido de la modernidad pero dentro de ello existía un gran condicionamiento de las reglas clásicas.
El color siempre ha sido condicionante en la obra, y en este caso a pesar de que generalmente se use para llenar la imagen de vida, se utiliza para todo lo contrario.
El color hace hincapié en la nada.

Según palabras del propio autor, su interés por estas imágenes yacía en que al vivir en un pueblo americano bastante feo (Sumner en Missisipi) sentía que lo que tenía que mostrar era una reivindicación de esa fealdad y de ese vacío.
Pero aparte de este motivo, hay otro muy importante y condicionante en su vida que le conducía a hacer este tipo de arte: el ambiente pop en el que se movía.
Mantuvo una larga relación con Viva (Janet Susan Mary Hoffmann)  que era una de las musas de Warhol, por lo tanto frecuentaba círculos donde el pop art estaba presente.
Este hecho queda constante en su obra, pues al fin y al cabo el art pop no habla de otra cosa que no sea del vacío y la muerte (en líneas generales).


Es por este motivo por el cual se podría relacionar tanto conceptualmente como incluso pictóricamente con el pintor estadounidense Edward Hopper cuyas pinturas urbanas o rurales repletas de un silencio que inquieta al que las mira ya que observándolas se llega a dudar de si el espacio en el que se hayan es real o ficticio y de los pensamientos de los personajes, que se encuentran absortos en su mundo y que no muestran al espectador nada más que eso.

Como lo que no nos llama la atención de fotografiar es lo que no consideramos digno de ser fotografiado, a mi me ha interesado este artista porque pienso que su arte es muy innovador, sobre todo por emplear el color de una manera descontextualizada y por ser otro artista más que utiliza el vacío como pretexto de su obra y juega con lo desértico, con lo melancólico que ya de por sí me dice mucho más que lo lleno, lo vital, pues a fin de cuentas en esta sociedad se nos impone un canon de belleza inamovible, lo bonito es lo bello, una flor es algo que ya de por sí tiene que suscitar belleza. La vida no es así, eso no es lo real y por tanto es una mentira absoluta. La belleza tiene que ser sinónimo de aquello que nos llena y nos aporta algo, que llama nuestra atención y que nos conmueve, nos emociona, nos llena de vitalidad en el sentido más abstracto de la palabra.









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